Personificada en aquel cuero nocturno, la mañana la delataba, de todas sus experiencias pasadas por agua, de camisetas quemadas y lagunas exitosamente borradas.
El peinado encartronado y un tono fluorescente en las uñas de las manos, iban acompañados por caladas desmesuradas.
El teléfono agarrado, ansiado por recibir cualquier llamada, que le evadiera del vacio de su cartera.
Los seres mañaneros la miraban extrañados, alejando los croissanes, de sus dedos pegajosos de fluidos sudorosos.
El tambaleo de sus talones destrozados se empotraba contra escaparates clasicones, mientras cámaras japonesas zoombeaban cada aliento de su espectáculo esperpéntico.
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